miércoles, 29 de febrero de 2012

Que no sea mi culpa…


Desde saber que ponernos de ropa hasta una firma de un negocio, tomar decisiones no es algo fácil y en algunos casos tampoco es divertido.

Palmares es uno de los mejores ejemplos para identificar lo complicado que es tomar decisiones. Todos hemos pasado por llegar al campo ferial y tener que decidir a cuál “mega bar” ingresar y nunca faltan estas respuestas:

“Yo voy donde todos vayan”

“A mí no me importa mientras todos quieran”

“Por mí, me da igual”

“Al final todos son iguales”

Es lógico y es más fácil ser seguidor que líder, porque al final, si la noche estuvo mala, si la música no gustó, si las “birras” eran muy caras… siempre tendremos un dedo señalando al que tomó la decisión final. Al final, todos esos “seguidores” se devuelven tranquilos porque tienen luz verde para criticar y además felices de que no fue culpa de ellos.

Pero estas mismas personas se molestan cuando quién tomó la decisión celebra con el clásico: “yo fui el que dije…” Entonces podríamos resumir que tomar decisiones, fuera de una satisfacción personal, siempre pierde ante los demás porque si decidí bien y lo celebro, soy un odioso, pero si decidí mal me lo achacarán por siempre.

Tomar decisiones es aceptar varias cosas, pero principalmente dos: que nos podemos arrepentir y que las decisiones tienen consecuencias.

Cuantas personas no han dicho: “ya no quiero…”, “es que creo que mejor si”, “ahora pienso que mejor….”, “me di cuenta que yo ahora quiero….”. No está malo decirlo, de hecho es lo más correcto, lo malo es pensar que estas palabras no traerán consecuencias que en muchos casos pueden ser permanentes, dolorosas o definitivas.

Decir que “No” cuando habías prometido que “Si” o viceversa es difícil, pero es mucho mejor que callarlo. No podemos callar las decisiones porque es como no tomarlas. El mundo está lleno de seguidores y por eso siempre se escuchan más críticas que voces de liderazgo.

Al final que pase lo que pase, pero que no sea mi culpa…